Finalmente, entendí algo fundamental. Sabía que en algún momento sucedería. Hoy (por ayer) me pasó algo que de ningún modo es increíble, pero lo viví con tanta intensidad que terminó por modificarme verdaderamente.
Todos los miércoles viajo a Moreno, en la línea Sarmiento. Trabajo un par de horas, dando clases, hablando de filosofía, estética y literatura. Cuando vuelvo, en el tren, el sol se pone en Moreno. Yo, en cambio, viajo hacia la noche de Once. Normalmente llego a eso de las 20hs. Veinte minutos, o media hora después, estoy con 7e7é, Chichín y la Chilindrina, en casa.
Hoy, con la energía blanca del teórico terminado, cuando elegí mi asiento en el tren, abrí al mango la ventanilla. Aire puro de Paso del Rey. Me encanta volver con la ventana abierta, sintiendo el frío en la cara. Al llegar a Caballito... No sé. Había estado escribiendo en mi Diario, una carta para la Dámasa, que se fue al Sur y ya no sé cuándo vamos a volver a verlo. No va a estar aquí cuando 7e7é y yo nos casemos. Esto nos duele, la verdad. Nos gustaría tenerlo con nosotros, el Día de la Fiesta. Sin embargo, la Dama necesita estar sola, con su marido, alejada del bardo de siempre. Bien por ellos, entonces. Aunque con ese criterio, todos deberíamos irnos al Sur, y no volver nunca más. ¿Quién no necesita un viaje para bajar un par de cambios? Mi viaje, de Moreno a Once, lejos de bajar, te sube como una patada en las équices...
Estaría pensando en la Dámasa, todavía, cuando vi, en el andén, un zapita de 9 o 10 diez años, que se me acercaba. Un rubio divino, diría una partera. Lo miré, creyendo que iría a decirme algo. Fue un segundo. Todavía escucho su boca mojada por la explosión de saliva y catarro. Me dio en la cara, justo en el lunar central del pómulo izquierdo. Una tristeza infinita me dejó patitieso. El tren estaba detenido, con las puertas abiertas. Ya no quise saber qué quería decirme. Seguí mirando por la ventana, pero un poco más allá, en el crepúsculo, con la mirada perdida en la melancolía de mis mejillas escupidas por un niño de las clases trabajadoras.
Antes de que el tren arrancase definitivamente, pero ya con las puertas cerradas, recibí una última ráfaga de pollos.... Esta vez, participó también una niña. Y dieron en el blanco. Recién cuando nos alejábamos de la estación, saqué un pañuelo -más sucio que sus entrañas, increíblemente- y me quité esas lágrimas falsas, que no eran mías, y que sin embargo corrían y bajaban hasta el cuello de mi camisa.
A juzgar por la fragancia, acababan de comer halls, mentoliptus. Los mismos que se clavaba mi abuelo, después de fumar sus pipas.
Ahora sé que puedo empezar a escribir una novela. Necesitaba que un niño, y una niña, me abrieran los ojos.
9 comentarios:
Que triste es todo,hijito. . .
Como se iba a llamar? 10000 que ?
o 1000 que ?
Es odioso también, pero me gusta cuando a la fantasía se le agrega un poco de miasmática realidad; esto en la literatura, claro: qué feo lo que te pasó, la verdad.
Nada de 1000 ni 10.000...
El único nombre que tengo claro es "Diamante", y no será una novela.
Son cachetazos. Me pasó en la Estación Olivos, pero el zapa iba en la última ventanilla del último vagón, y yo a pie. También en toda la cara. Sensación de lástima, pero también de bajarle los dientes. Humillación. Lo peor no es el momento, difícil de expresar, el tema vino después: la vuelta a casa. Engominado.
patito, el texto es genial!!! creo que, mientras mirabas mi pobre angelito a las 7 de la mañana, me despertaste y me contaste esto... tu texto es como un sueño para mí.Y está escrito tan lindo!!!!
que sera sera?
x...
Qué fuertes tus certezas, MD.
Beso
Ahora, notable cómo los zapatitas respetaron la ordenanza del año del equis...
Esa sensacion es de lo más x porque sentis que no le podes decir nada ¿o no? Te muestra que el poder no se tiene, se escupe.
Te quiero mucho.
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