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lunes, septiembre 28, 2009
Un blanco móvil, de Laura Crespi
Un texto que escribí para la presentación de un libro, hace algunas semanas.
Un blanco móvil de Laura Crespi
por Mariano Dorr
El dibujo animado nos enseña que, si hay un asalto, arriba las manospone en evidencia una amenaza concreta pero quizás oculta, el arma escande su potencialidad aniquiladora al tiempo que es escondida o disimulada, clandestina, en la mano desgraciada, inútil de tan llena, aparatosa, una, mano cerrada en fin. Sin embargo, hoy ya no hay que poner las manos arriba, no se quiere ese gesto, y no interesa quién descubra la espada, no importa quién lleve la copa, ni si desborda el vino, sino que el asalto, el asalto del fantasma y la noche, sucede sin encuentro ni pleito, sin contacto, sin quite ni pérdida que registre, sin cálculo, es como un robo que no se sabe, algo que se arranca o se cae. Pero si se roba a un fantasma, si se lo sorprende de día, si se hace la prueba de un robo al fantasma, sólo se obtiene la deshonra de correr el velo demasiado blanco, intocable, para encontrar debajo al fantasma “en carne y hueso”, pesadilla de Husserl, y entonces sí, sabemos, y sabemos bien lo que decimos con sabemos, lo que en verdad es la inseguridad. Esto es, lo que se ha llamado desde hace ya más de cuarenta años... la clausura del saber.
Un blanco móvil es un texto que cuando dice Nietzsche quiere decir Blanchot, y Blanchot no es simplemente Derrida, ni un modo de aclarar, o de esperar que se haga de noche para observar el juego de la metáfora nocturna; Blanchot está también para entender, para hacer eso prohibido, mal visto y nada invisible, entender de qué estamos hablando. Blanchot, bien citado, rebuscado y revisitado, confrontado, es un Kant nietzscheano. Laura Crespi lo cita sin perder de vista que no se trata de un colagge sino más bien de un colegge, de una escolástica imposible, profundamente amorosa, que no naufraga en discusiones puntillosas sino que se lanza a esa otra deriva de la desfundación, de la desobra, una suerte de deducción trascendental de los indecidibles, así de kantiano, sobre todo abrazando cada imposibilidad teórica con la misma fuerza con que se desvía la ilusión de lo necesario. Blanchot explica, se da entero a lo blanco y desaparece entre Crespi y Nietzsche, entre Colli y Descombes, entre ese pequeño Después de Nietzsche de Giorgio Colli, y Descombes, que escribió un librito que finalmente leímos todos, sin saber nunca qué tomar de allí, qué olvidar, qué repetir aparte de la influencia de los cursos de Kojeve en varias generaciones de franceses. Kojeve como padrastro del estructuralismo francés, padre hardcore que lastima con su presencia espectral la interpretación. Hay ahí el fantasma, una presencia que hiere, sin representación, la interpretación se sustrae a los sinsabores metafísicos de la presencia, la interpretación, esa nada, se impone sin valoración, sin decisión, es apenas un punto desde el cual ello ensaya el delirio de ser, al menos, o como máximo, un punto... de todos modos infinito, el mundo... escribe, Crespi, esa mujer, literatura himen tímpano huella, por los signos de los signos, ella...
¿Dónde aparece esto, dónde aquello, dónde vamos a encontrarlo? ¿Dónde aparece? El libro se deja extraviar para que todo lo que buscamos sea encontrado más tarde... o, si estamos en emergencia, si no podemos ir hasta la carne y el hueso del fantasma, si no queda más tiempo, descubrimos de un golpe que Un blanco móvil puede leerse como un I Ching sin el peso de la tradición; y no porque la tradición no entre en juego aquí, lo hace, pero sin esa pesadez, aquí la tradición no es juzgada y estigmatizada, sino apenas amada, visitada con el amor que no se explica, como ese amor que Nietzsche tenía incluso por el Dios muerto y el Crucificado que incluso llegó a ser. Ese amor a la tradición se refleja en las notas al pie, un festín de recorridos por lecturas de otros, y otras lecturas de lo mismo.
Estos párrafos que separo para tranquilizarme, los escribo en mediode los textos de Laura, a quien conocí hace cinco años, cuando fuimos adscriptos de Mónica Cragnolini, el más hermoso de todos los fantasmas que habitan este libro. Tengo partes enteras subrayadas de capítulos que no leí, sobre todo citas, notas al pie, fui enmarcando frases de Crespi que resplandecen en una sola línea, debajo de la cual, ahora, una nota a propósito de Derrida y su lectura del Fedro de Platón, nos hace pensar que estamos leyendo un libro que se ha escrito al revés. Si toda la filosofía –como se ha querido sugerir– no es más que una nota al pie de Platón, Crespi nos recuerda que esas notas falogocéntricas, la filosofía, son en todo caso recetas acumuladas en la gran farmacia de Platón, donde se agita la lógica de lo indecidible, volviendo a toda la tradición un conjunto de remedios-drogas-venenos que ahora mezclamos con otros brebajes.
Un blanco móvil es también un manifiesto en defensa de la escritura como ejercicio de resistencia, una impolítica de la escritura, una ética, un modo de indicar aquellos textos en donde acontece un por-venir, donde ese por-venir se anuncia. Y llegará de noche, como un ladrón, como un extranjero, como un huérfano o una mujer. Entonces, le daremos hospitalidad. Hospitalidad radical. De otro modo, regresaremos al interior de una lógica binaria de la exclusión y la negación del otro, como en las visiones de Kojeve dando Hegel. Como hasta ahora, siempre de regreso a la seguridad de lo mismo por lo mismo. Hasta que se haga de noche; y así otra vez la literatura, por los signos de los signos. Babel.